En el centro la carpa del circo, blanca y airosa, llena de cicatrices que sólo se ven a la luz del sol, rodeada de un destartalado conjunto de camiones y caravanas.
A su alrededor, como un cinturón de pequeños planetas, decenas de ruidosas casetas y atracciones en orden riguroso, de menor a mayor, de niños a mayores, desde la pequeña rueda de caballitos a la montaña rusa, y coronándolo todo, el gigantesco arcoiris de la noria.

Ese momento mercurial en el que la fosforescencia de la feria se engasta en el azul húmedo y primitivo de la noche que empieza.



Y, mientras doy una última mirada al polvoriento descampado que ahora bulle con todo tipo de personal, como cada año me voy haciéndome la misma pregunta: ¿pero, a estas alturas, quién viene aún a la feria?

Valencia, enero de 2006 y 2007
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